domingo, 8 de junio de 2014

Citas bibliográficas


¿Cómo citar?

¿Por qué es importante citar cada material utilizado?
* Para evitar el plagio.
*Para reconocer el trabajo del autor.
*Para que el lector pueda acceder a la fuente de información citada (utilizada) en tu trabajo.
*Para otorgar credibilidad a tu trabajo (fundamentos).

Cada fuente (libro, artículo de revista, documento web, etc) tiene un modelo particular de cita, ingresa al siguiente enlace y averígualo!!!

http://www.ci2.es/objetos-de-aprendizaje/elaborando-referencias-bibliograficas#.UDw7Mg3GZQM.scoopit

lunes, 12 de mayo de 2014

Cartas. 
Tipos y estructura.


Una carta es un medio de comunicación escrito por un emisor (remitente) y enviado a un receptor (destinatario).
Podemos distinguir dos grandes estilos de cartas:
*Informal - utilizadas cuando existe confianza y/o amistad con el receptor, cuando nos dirigimos a familiares, amigos y/ o conocidos y por tanto empleamos un lenguaje coloquial.
*Formal-  Generalmente se trata de la comunicación entre dos personas que no se conocen o en las que el tema a tratar obliga a la utilización de un lenguaje formal. Este tipo de cartas son utilizadas en el ámbito profesional.




Carta informal- Elementos y estructura:

1) Lugar y fecha.

2) Saludo o encabezado: Nombre de la persona a quien se escribe.
3) Cuerpo de la carta: Mensaje que se desea expresar.
4) Despedida.
5) Firma o nombre del remitente (persona que escribe)
6)Posdata (P.D): Si hemos olvidado algo lo escribiremos aquí.







Puedes ver modelos de cartas informales en el siguiente enlace: http://www.modelo-carta.com/modelo-carta-informal.html

Carta formal. Elementos y estructura.


Encabezado: Membrete de la empresa (nombre y dirección).

Fecha: lugar y fecha de emisión.
Destinatario: Datos completos del destinatario (Empresa, cargo).
Saludo: saludo cordial.
Cuerpo: Motivo que generó la carta. Desarrollo de la misma y conclusión.
Despedida: breve párrafo que da fin a la carta, en el mismo se sintetiza rápidamente la idea principal de la misma.
Firma: Nombre de la persona que envía la carta.










Puedes ver un modelo de carta formal en el siguiente enlace: http://www.modelo-carta.com/modelo-carta-formal.html


Tipos de cartas formales:

* Ofertas de productos.
* Etc.


Visualizar Redacción comercial estructurada:








jueves, 1 de mayo de 2014

¿"Ha" o "a"?  ¿Tuvo o tubo?

¿Sabes cuándo se escribe "Ha" y en qué casos se escribe "a"? ¿Sabes 
que  "tuvo" y  "tubo" no es la misma palabra y por eso debes hacer la  elección correcta para que el receptor entienda tu mensaje?
Para aprenderlo mientras te diviertes ingresa al siguiente enlace:








http://ntic.educacion.es/w3//recursos/primaria/lengua_literatura/ortodiver/weborto/index.htm


¿Dudas cuándo utilizar la "b" o la "v", la "g" o la "j", la "c" o la "z"? Puedes ingresar al siguiente enlace que te ayudará a evitar errores ortográficos: http://www.aplicaciones.info/ortogra/ortogra.htm





FPB. Prueba integrada Idioma Español/ Taller.

Crea cuatro diapositivas y realiza las siguientes actividades:
Primera diapositiva (copia y pega el siguiente texto):


Suele ocurrir en los equipos de barrio que a la hora de comenzar el partido faltan uno o dos jugadores. Casi siempre se recurre a oscuros sujetos que nunca faltan en la vecindad de los potreros. El destino de estos individuos no es envidiable. Deben jugar en puestos ruines, nadie les pasa la pelota y soportan remoquetes de ocasión, como Gordito, Pelado o Celeste, en alusión al color de su camiseta. Si repentinamente llega el jugador que faltaba, se lo reemplaza sin ninguna explicación y ya nadie se acuerda de su existencia.
Pero una tarde, en Villa del Parque, los muchachos del Ciclón de Jonte completaron su formación con uno de estos peregrinos anónimos. Y sucedió que el hombre era un genio. Jugaba y hacia jugar. Convirtió seis goles y realizo hazañas inolvidables. Nunca nadie jugó así. Al terminar el partido se fue en silencio, tal vez en procura de otros desafíos ajenos.Cuando lo buscaron para felicitarlo, ya no estaba. Preguntaron por él a los lugareños, pero nadie lo conocía. Jamás volvieron a verlo.
Algunos muchachos del Ciclón de Jonte dicen que era un profesional de primera división, pero nadie se contenta con este juicio. La mayoría ha preferido sospechar que era un ángel que les hizo una gauchada. Desde aquella tarde, todos tratan con más cariño a los comedidos que juegan de relleno.
Autor: Alejandro Dolina.

Segunda diapositiva (luego de leer el texto que copiaste, copia y responde las siguientes actividades):

  1. ¿Qué era el “Ciclón del Jonte”?
  2. Crea un título para el texto que copiaste en la diapositiva 1.
  3. Escribe los pasos que debes seguir para identificar las palabras que aparecen en un enunciado (teniendo en cuenta la importancia de las mismas ¿por cuál empezarías? ¿Luego cómo debes seguir? ¿Por qué?)

Tercera diapositiva (lee nuevamente el primer párrafo y subraya cuatro verbos. Realiza la siguiente tabla):

Verbo persona número tiempo infinitivo
Ej: Dicen 3° P. Plural Presente. Decir.









































Cuarta diapositiva (Copia y pega los siguientes fragmentos y señala: enunciado, oración /es, Verbo, sustantivo, adjetivo, preposiciones y conjunciones):

  1. Si somos buenos alumnos, aprobaremos.
  2. Los arroyos corrían a rebosar y sus aguas eran transparentes, limpias y frías como el hielo.

Puedes realizar la siguiente tabla sin olvidar que debes marcar el enunciado [ ] y la oración/ es ( ).
Verbo Sustantivo Adjetivo Preposiciones conjunciones






















miércoles, 23 de abril de 2014

Enunciado y oración. Categorías de palabras.

Crea 4 diapositiva. Copia la información y realiza las actividades:


1° Diapositiva.
Repasemos enunciado y oración:
*Enunciado: Manifestación de habla comprendido entre dos pausas. Si el enunciado es oral la pausa se hace a través de la entonación. Si es escrito la pausa se realiza a través de los signos de puntuación. Por esta razón se dice que un enunciado comienza en mayúscula y termina en un punto Lo marcamos con paréntesis ( ).
*Oración: es una estructura anudada por un verbo conjugado. Para que exista una oración tiene que existir por lo menos un verbo conjugado.

2° Diapositiva:


  • ¡Vaya casa!.


  • Trabaja en un bar.


  • Es Domingo.


  • Hasta mañana.


  • Amanece.


  • Conoce el procedimiento.




Identifica
A) ¿Cuáles son oraciones? ¿Por qué?
B) ¿Todos son enunciados' ¿Por qué?

3° Diapositiva.
No todas la palabras tienen el mismo valor en un enunciado.
Busca un texto que te informe sobre categorías de palabras y establece un enlace.

4° Diapositiva.
Responde ¿Cuál es la palabra que tiene mayor valor? ¿Por qué?
¿Cuál sigue en su importancia? ¿Por qué?
Ahora debes ir al siguiente enlace y realizar los ejercicios que se encuentran en “Verbos”- Enunciado con un verbo. Luego debes ir a “Sustantivos”- Enunciados con un verbo.


viernes, 28 de marzo de 2014

Palabras homófonas.

Las palabras homófonas son todas aquellas  que se pronuncian de la misma manera aunque su ortografía y significado sean diferentes. Por lo tanto, son palabras que acústicamente suenan igual. Sin embargo, se escriben de otra forma además de que su significado varía totalmente.
Si quieres divertirte mientras aprendes, dirígete al siguiente enlace. 

http://www.aplicaciones.info/ortogra/ohomo17.htm

jueves, 27 de febrero de 2014

Aprende a tomar notas. 
Aprende a estudiar.


Desarrollar técnicas de estudio es un proceso que se adquiere con la práctica diaria, muchas veces a través de "ensayo y error" vamos obteniendo los métodos que nos resultan más adecuados para asimilar la información.

Con frecuencia, al llegar a secundaria se nos dificulta estudiar para varias materias, tomar notas y prestar atención... El enlace te llevará a un sitio en el que puedes encontrar útiles consejos para abordar dicha problemática.




Enlace: http://ntic.educacion.es/w3//eos/MaterialesEducativos/mem2006/aprender_estudiar/index2.html
Poema IX
Versos sencillos”.
José Martí.


Quiero, a la sombra de un ala,
contar este cuento en flor:
la niña de Guatemala,

la que se murió de amor.

Eran de lirios los ramos;
y las orlas de reseda
y de jazmín; la enterramos
en una caja de seda.

...Ella dio al desmemoriado
una almohadilla de olor:
él volvió, volvió casado:
ella se murió de amor.

Iban cargándola en andas                                                                    
obispos y embajadores;
detrás iba el pueblo en tandas,
todo cargado de flores.

...Ella, por volverlo a ver,
salió a verlo al mirador:
él volvió con su mujer:
ella se murió de amor.

Como de bronce candente
al beso de despedida
era su frente ¡la frente
que más he amado en mi vida!

...Se entró de tarde en el río,
la sacó muerta el doctor:
dicen que murió de frío:
yo sé que murió de amor.

Allí, en la bóveda helada,
la pusieron en dos bancos:
besé su mano afilada,
besé sus zapatos blancos.

Callado, al oscurecer,
me llamó el enterrador:
¡nunca más he vuelto a ver
a la que murió de amor!


Puedes escuchar el poema musicalizado por el grupo uruguayo Olimareños:




miércoles, 26 de febrero de 2014

"EL HOMBRE PÁLIDO"

Francisco Espínola.
Todo el día estuvo toldado el sol, y las nubes, negruzcas, inmóviles en el cielo, parecían apretar el aire, haciéndolo pesado, bochornoso, cansador.
A eso del atardecer, entre relámpagos y truenos, aquéllas aflojaron y el agua empezó a caer con rabia, con furia casi; como si le dieran asco las cosas feas del mundo y quisiera borrarlo todo, deshacerlo todo y llevárselo bien lejos.
Cada bicho escapó a su cueva. La hacienda, no teniendo ni eso, daba el anca al viento y buscaba refugio debajo de algún árbol, en cuyas ramas chorreaban los pajaritos, metidos a medias en sus nidos de paja y de pluma.
En el rancho de Tiburcio estaban solas Carmen, su mujer y Elvira, su hija.
El capataz de tropa de don Clemente Farías, había marchado para “adentro” hacía una semana.
En la cocina negra de humo se hallaban, cuando oyeron ladrar el perro hacia el lado del camino. Se asomó la muchacha y vio a un hombre desmontar en la enramada con el poncho empapado y el sombrero como trapo por el aguacero.
-¡León! ¡León! ¡Fuera! Entre para acá- gritó Elvira.
-¿Quién es?- preguntó la vieja sin dejar de revolver la olla de mazamorra.
-No lo conozco.
La joven volvió al lado de su madre y quedó expectante.
-Buenas tardes.
Agachándose –la puerta era muy baja-, el hombre entró.
-Buenas. Siéntese. ¿Lo ha derrotado l`agua? Sáquese el poncho y arrimeló al fogón.
-Sí, es mejor. Aquí, no más.
El hombre colgó su poncho negro en un gran clavo cerca del fuego y sacudió el sombrero. Después se sentó en un banco.
-¿Viene de lejos? -curioseó la madre.
-De Belastiquí.
-¿Y va?
-Pa l’estancia’e Molina, en el Arroyo Grande. Pensaba llegar hoy a San José, pero me apuré mucho por el agua y traigo cansadazo el caballo. Así que si me deja pasar la noche...
-Comodidá no tenemos ... puede traer su recao y dormir aquí, en todo
caso.
-¡Como no!... Estoy acostumbrao.
La muchacha, ahora acurrucada en un rincón, lo miraba de reojo. Y cuando oyó que iba a quedarse, sintió clarito en el pecho los golpes del corazón.
Es que cada vez más le parecía que aquel hombre delgado y alto, de cara pálida en la que se enredaba una negrísima barba que la hacía más blanca, no tenía aspecto para tranquilizar a nadie...
La vieja le interrumpió sus pensamientos diciendo:
-A ver, aprontá un mate.
Y siguió revolviendo la mazamorra, mientras daba conversación al forastero, que acariciaba el perro y retiraba la mano cuando éste rezongaba desconfiado de tanto mimo.
Elvira tiró la yerba vieja, puso nueva, le hizo absorber primero un poco de agua tibia para que se hinchara sin quemarse. En seguida, ofreció el mate al desconocido. Este la miró a los ojos y ella los bajó, trémula de susto. No sabía porqué. Muchas veces habían llegado así, de pronto, gente de otros pagos que dormían allí y al otro día se iban. Pero esa nochecita, con los ruidos de los truenos y la lluvia, con la soledad, con muchas cosas, tenía un tremendo miedo a aquel hombre de barba negra y cara pálida y ojos como chispas.
Se dio cuenta de que él la observaba. Los ojos encapotados, sorbiendo lentamente el mate, el hombre recorría con la vista el cuerpo tentador de la muchacha...
¡Oh, sí!, había que cansar muchos caballos para encontrar otra tan linda.
Brillante y negro el pelo, lo abría al medio una raya y caía por los hombros en dos trenzas largas y flexibles. Tenía unos labios carnosos y chiquitos que parecían apretarse para dar un beso largo y hondo, de esos que aprisionan toda una existencia. La carne blanca, blanca como cuajada, tibia como plumón, se aparecía por el escote y la dejaban también ver las mangas cortas del vestido. El pecho abultadito, lindo pecho de torcaza; las caderas ceñidas, firmes; las piernas que se adivinaban bien formadas bajo la pollera ligera; toda ella producía unas ansias extraña en quien la miraba, entreveradas ansias de caer de rodillas, de cazarla del pelo, de hacerla sufrir apretándola fuerte entre los brazos, de acariciarla tocándola apenitas... ¡yo qué sé!, una mezcla de deseos buenos y malos que viboreaban en el alma como relámpagos entre la noche. Porque si bien el cuerpo tentaba el deseo del animal, los ojos grandes y negros eran de un mirar tan dulce, tan real, tan tristón, que tenían a raya el apetito, y ponían como alitas de ángel a las malas pasiones...
Embebecido cada vez más en la contemplación, el hombre sólo al rato advirtió que la muchacha estaba asustada. Entonces, algo le pasó también a él.
Su mano vacilaba ahora al tenerla para recibir o entregar el mate.
Elvira iba entre tanto poniendo la mesa. Luego, los tres se sentaron silenciosos a comer. Concluída la cena, mientras las mujeres fregaban, el hombre fue bajo la lluvia hasta la enramada, desensilló, llevó el recado a la cocina y se sentó a esperar que hicieran la lidia jugando con el perro, con León que, por una presa tirada al cenar, había perdido la desconfianza y estaba íntimo con el desconocido.
-¡Mesmo qu`el hombre!- pensó éste.
Y siguió mirando el fuego y, de reojo, a Elvira.
Cuando terminaron la tarea, la madre desapareció para tornar con unas cobijas.
-Su poncho no se ha secao. Hasta mañana, si Dios quiere.
-Se agradece.
-¡Buenas noches!- deseó la muchacha cruzando ligero a su lado con la cabeza baja.
-Buenas.
Las dos mujeres abrieron la puerta que comunicaba con el otro cuarto, pasaron y la volvieron a cerrar. Al rato, se oyó el rumor de las camas al recibir los cuerpos, se apagó la luz...Todo fue envolviéndose en el ruido del agua que caía sin cesar.
El hombre tendió las cacharpas, se arrebujó en las mantas con el perro y sopló el candil.
El fogón, mal apagado, quedó brillando.
II
Un rato después se empezó a oír la respiración ruidosa y regular de la vieja. Pero en la cama de Elvira no había caído el descanso. Ahora que su madre dormía, el miedo la ahogaba más fuerte. El corazón le golpeaba el pecho como alertándola para que algún peligro no la agarrara en el sueño, y su vista trataba en vano de atravesar las tinieblas... De cuando en cuando rezaba un Ave María que casi nunca terminaba, porque lo paraba en seco cualquier rumor, que la hacía sentar de un salto en la cama.
A eso de la media noche, bien claro oyó que la puerta de la cocina que daba al patio había sido abierta, y hasta le pareció sentir que el aire frío entraba por las rendijas. Tuvo intención de despertar a su madre, pero no se animó a moverse. Sentada, con los ojos saltados y la boca abierta para juntar el aire que le faltaba, escuchó. No sintió nadita. Y aquel silencio, después de aquel ruido, la asustaba más aún. No sentía nadita, pero en su imaginación veía al hombre de la barba negra clavándole los ojos como chispas; veía el poncho negro, colgado del clavo, movido por el viento como anunciando ruina... y como para convencerla de que era verdad que la puerta había sido abierta, seguía sintiendo el aire frío y percibía más claramente el ruido de la lluvia...
En efecto: el hombre, que se echó no más, sobre el recado, se había levantado, lo llevó otra vez a la enramada y, después de ensillar, había salido a pie hasta la manguera que estaba como a una cuadra dejándose pintar de rosado por los relámpagos. El agua le daba en la frente. Por eso avanzaba con la cabeza gacha.
Otro hombre le salió al encuentro, el poncho y el sombrero hecho sopa.
Era un negro.
-¿Están las mujeres solas?- preguntó ansioso.
Sombrío el otro respondió:
-Sí
-La plata tiene qu`estar en algún lao. Empecemos.
-No. No empezamos.
-¿Qué hay?
-Hay que yo no quiero.
-¿Qué no querés?
- Sí, que no quiero.
- ¿Pero estás loco?
-Peor pa mí si m`enloquecí. Pero ya te dije. Vamonós p`atrás.
-¿El qué?
-No hay qué que te valga. Como siempre, te acompaño cuando quieras; pero esta noche, no. Y aquí, menos.
-¡Hum! Si te salieran en luces malas los que has matao, te ciegaría la iluminación, y ahora te ha entrao por hacerte el angelito.
-Nadie habla aquí de bondá. Digo que no se me antoja y se acabó.
-Peor pa vos. Iré yo solo. ¡Que tanto amolar por dos mujeres!
-Es que vos tampoco vas a ir.
-¿Desde cuando es mi tutor el que habla?
-Desde que tengo la tutora- bramó el interpelado tanteándose la daga.
-¡Ah! ¿Querés peliar? ¡Me lo hubieras dicho antes! Seguramente ya habrás hecho la cosa y quedrás la plata pa vos solo. Pero no te veo uñas, mi querido.
Venite no más- y desenvainó su cuchillo.
-¡Callate, negro de los diablos!- rugió el otro yéndosele arriba.
A la luz de los relámpagos, entre los charcos, los dos hombres se tiraban a partir. El de la barba negra, medio recogido el poncho con la mano izquierda, fue haciendo un círculo para ponerse de espaldas a la lluvia. Comprendiendo el juego, el negro dio un salto. Pero se resbaló y se fue del lomo. El otro esperó a que se enderezara y lo atropelló. La daga, entrando de abajo a arriba, le abrió el vientre y se le hundió en el tórax.
-¡Jesús, mama!- exclamó el negro.
Fue lo único que dijo. La muerte le tapó la boca.
El otro, en las mismas ropas del difunto limpió su daga. Después enderezó chorreando agua, montó y salió como sin prisa, al trotecito.
-¡Pucha que había sido cargoso el negro!- murmuraba- ¡Le decía que no, y el que sí, y yo que no, y dale! ¡Estaba emperrao!...
La lluvia, gruesa, helada, seguía cayendo.




La intrusa”.
Pedro Orgambide


Ella tuvo la culpa, señor juez. Hasta entonces, hasta el día que llegó, nadie se quejó de mi conducta. Puedo decirlo con la frente bien alta. Yo era el primero en llegar a la oficina y el último en irme. Mi escritorio era el más limpio de todos. Jamás me olvidé de cubrir la máquina de calcular, por ejemplo; o de planchar con mis propias manos el papel carbónico. El año pasado, sin ir más lejos, recibí una medalla del mismo gerente. En cuanto ésa, me pareció sospechosa desde el primer momento. Vino con tantas ínfulas a la oficina. Además. ¡qué exageración!, recibirla con un discurso, como si fuera una princesa.
Yo seguí trabajando como si nada pasara. Los otros se deshacían en elogios. Alguno, deslumbrado, se atrevía a rozarla con la mano ¿Cree usted que yo me inmuté por eso, señor juez? No. Tengo mis principios y no los voy a cambiar de un día para el otro. Pero hay cosas que colman la medida.
La intrusa, poco a poco me fue invadiendo. Comencé a perder el apetito. Mi mujer me compró un tónico, pero sin resultado. ¡Si hasta se me caía el pelo y soñaba con ella!
Todo lo soporté, todo. Menos lo de ayer. “González - me dijo el gerente - lamento decirle que la empresa ha decidido prescindir de sus servicios.” Veinte años, señor juez, veinte años tirados a la basura. Supe que ella fue con la alcahuetería. Y yo, que nunca dije una mala palabra, la insulté. Sí, confieso que la insulté, señor juez, y que le pegué, con todas mis fuerzas.
Fui yo quien le dio con el fierro. Le gritaba y estaba como loco. Ella tuvo la culpa. Arruinó mi carrera, la vida de un hombre honrado, señor. Me perdí por una extranjera, por una miserable computadora, por un pedazo de lata, como quien dice.


Puedes mirar la siguiente adaptación audiovisual:

Esa boca”
Mario Benedetti.

Su entusiasmo por el circo se venía arrastrando desde tiempo atrás. Dos meses, quizá. Pero cuando siete años son toda la vida y aún se ve el mundo de los mayores como una
muchedumbre a través de un vidrio esmerilado, entonces dos meses representan un largo, insondable proceso. Sus hermanos mayores habían ido dos o tres veces e imitaban
minuciosamente las graciosas desgracias de los payasos y las contorsiones y equilibrios de los forzudos. También los compañeros de la escuela lo habían visto y se reían con grandes aspavientos al recordar este golpe o aquella pirueta. Sólo que Carlos no sabía que eran exageraciones destinadas a él, a él que no iba al circo porque el padre entendía que era muy impresionable y podía conmoverse demasiado ante el riesgo inútil que corrían los trapecistas. Sin embargo, Carlos sentía algo parecido a un dolor en el pecho siempre que pensaba en los payasos. Cada día se le iba siendo más dificil soportar su curiosidad.

Entonces preparó la frase y en el momento oportuno se la dijo al padre: « ¿No habría forma de que yo pudiese ir alguna vez al circo? » A los siete años, toda frase larga resulta simpática y el padre se vio obligado primero a sonreír, luego a explicarse: «No quiero que veas a los trapecistas. » En cuanto oyó esto, Carlos se sintió verdaderamente a salvo, porque él no tenía interés en los trapecistas. « ¿Y si me fuera cuando empieza ese número? » « Bueno », contestó el padre, « así, sí».

La madre compró dos entradas y lo llevó el sábado de noche. Apareció una mujer de malla roja que hacía equilibrio sobre un caballo blanco. Él esperaba a los payasos. Aplaudieron. Después salieron unos monos que andaban en bicicleta, pero él esperaba a los payasos. Otra vez aplaudieron y apareció un malabarista. Carlos miraba con los ojos muy abiertos, pero de pronto se encontró bostezando. Aplaudieron de nuevo y salieron -ahora sí- los payasos.

Su interés llegó a la máxima tensión. Eran cuatro, dos de ellos enanos. Uno de los grandes hizo una cabriola, de aquellas que imitaba su hermano mayor. Un enano se le metió entre las piernas y el payaso grande le pegó sonoramente en el trasero. Casi todos los espectadores se reían y algunos muchachitos empezaban a festejar el chiste mímico antes aún de que el payaso emprendiera su gesto. Los dos enanos se trenzaron en la milésima versión de una pelea absurda, mientras el menos cómico de los otros dos los alentaba para que se pegasen. Entonces el segundo payaso grande, que era sin lugar a dudas el más cómico, se acercó a la baranda que limitaba la pista, y Carlos lo vio junto a él, tan cerca que pudo distinguir la boca cansada del hombre bajo la risa pintada y fija del payaso. Por un instante el pobre diablo vio aquella carita asombrada y le sonrió, de modo imperceptible, con sus labios verdaderos. Pero los otros tres habían concluido y el payaso más cómico se unió a los demás en los porrazos y saltos finales, y todos aplaudieron, aun la madre de Carlos.

Y como después venían los trapecistas, de acuerdo a lo convenidó la madre lo tomó de un brazo y salieron a la calle. Ahora sí había visto el circo, como sus hermanos y los compañeros del colegio. Sentía el pecho vacío y no le importaba qué iba a decir mañana. Serían las once de la noche, pero la madre sospechaba algo y lo introdujo en la zona de luz de una vidriera. Le pasó despacio, como si no lo creyera, una mano por los ojos, y después le preguntó si estaba llorando. Él no dijo nada. «¿Es por los trapecistas? ¿Tenías ganas de verlos?»

Ya era demasiado. A él no le interesaban los trapecistas. Sólo para destruir el malentendido, explicó que lloraba porque los payasos no le hacían reír.